viernes, 12 de diciembre de 2008

Prudencia contra astucia en Política


Antes de los inicios de la era moderna, nadie tuvo la osadía de pensar que la política tuviera una esfera propia de criterios y juicios. Cualquier gobernante cuando tomaba una decisión de estado, se aseguraba previamente que ésta estuviera de acuerdo con la Biblia o con su conciencia. Si era consciente que una acción era ilícita, es decir, contraria a la religión, entonces el gobernante también la consideraba políticamente reprobable. Y esto es así porque la política es una parte de la Religión(1) . Concretamente, de la política se encarga la Moral, que es la ciencia que se ocupa del gobierno tanto de las personas como de los grupos sociales o sociedades. La política está encargada del gobierno del Estado, el cual, por definición, es una sociedad perfecta que se ocupa del bien común de sus componentes.

Pero con el comienzo del siglo XVI, el filósofo italiano N. Maquiavelo proclama impíamente que la política es una fuerza independiente que los gobernantes pueden utilizar –al margen de la Moral– para conseguir su fin que es mantener el poder del estado y asegurar la paz, utilizando para ello cualesquiera medios y recursos. Así nació la política moderna.
Hay que distinguir la importancia de este salto, desde la edad antigua en la que el monarca absorbía en su persona todo el poder, que en principio radicaba en la corona, teniendo ésta como parte integrante a los naturales de la ciudad, nación o Estado, no existiendo ninguna agrupación terrenal que vincule al monarca a ningún sometimiento por mínimo que ésta sea. Pero esta afirmación hay que matizarla, porque el monarca quedaba sometido a los dictados de Dios y de la naturaleza (Religión y Derecho Natural). Por contra, en la era moderna, con los postulados maquiavelicos sobre la razón de Estado, justificando toda clase de medios para la consecución del fin, no es otra cosa que el dominio absoluto del monarca sobre los súbditos, habiendo con ello construido el indiscutible y seguro peldaño hacia la divinización del poder político de los gobernantes.

Sabios de la antigüedad como Platón o Confucio defendieron que la política debería dejarse en manos de las personas más sabias y prudentes. Para santo Tomás de Aquino la 'prudencia' de un individuo indicaría «visión anticipada de los aconteceres que conlleva precaución contra todo mal probable o posible». La prudencia sería un conocimiento encaminado, no a conocer por conocer, sino a dirigir las cosas aprehendidas a la acción recta. Concretamente, el hombre prudente se encamina con todas sus potencias cognoscitivas a hacer el bien y evitar el mal. Pero he aquí que la prudencia no sólo se extiende al bien propio y personal, sino también al bien de los demás y de toda la sociedad. Ese bien común, que consta de muchas cosas y se realiza de muchas maneras, en los diferentes lugares y situaciones, es el objeto de la prudencia. Y como es un bien social o político, la prudencia que versa sobre él se llama "política", que, como ya ha quedado dicho, al tratar del gobierno de agrupaciones sociales, entra dentro de la Moral. Hay quien se opone a ello, con argumentos tan inconsistentes como decir «que los actos políticos deben enjuiciarse con el criterio de lo útil, lo habitual, lo que piensa la mayoría...». A esto responde el filósofo B. Monsegú: «Lo que es, o sea más o menos numeroso, no dicta su ley a lo que debe ser» . Una prudencia política que no tiene en cuenta los principios del derecho natural y las conclusiones que la ciencia moral obtiene de ellos, no es prudencia política sino astucia maquiavélica.
_______________________________
(1) La Religión Católica que es la expresión de la Verdad.

No hay comentarios: