* ¿Es el pecado una realidad objetiva?
Hoy existe todo un conjunto de corrientes de pensamiento desviadas que quieren olvidar la realidad del pecado, y desean vivir como si éste no existiera en el mundo. Según ellos, el pecado es el simple hecho de que los hombres nos equivocamos en nuestras opciones morales y "a veces, elegimos erróneamente hacer el mal". Aquí nos hallaríamos ante la definición a la que se acogen muchos protestantes, «pecado es una opción moral errónea del hombre».
Hay que acudir a la doctrina Católica, garante de la Verdad, para explicar el verdadero sentido del pecado. Y antes de comenzar por dar su definición, hay que repasar su historia –no olvidemos que la doctrina Católica es sobre todo una Historia sagrada–, y he aquí que el pecado es el núcleo del llamado misterio de la Iniquidad.
Es un punto central de la Revelación cristiana el hecho de que Cristo ha venido al mundo para salvarnos del pecado, y para hacernos participes de su muerte redentora y de su resurrección, y alcanzarnos una nueva vida como miembros de la divina familia como hijos de Dios y hermanos del Verbo eterno. El primer acto del pecado, narrado en Gen 3,1-14, es la violación deliberada de un precepto divino por nuestros primeros padres. Pero se trata de algo mucho más allá que la violación de un tabú, la enseñanza consistente del Antiguo Testamento muestra ese primer pecado como "una perversa rebelión contra Dios", porque el pecado está fundado en la libertad y consiste en "el abuso del libre albedrío", el cual es un don de Dios. La Sagrada Escritura muestra una y otra vez cómo el pecado es una ofensa a Dios, no en cuanto daña a Dios, lo cual es imposible, sino en cuanto a que daña al hombre, imagen de Dios y llamado a participar de su vida.
Lo cierto es que el primer pecado de Adán y Eva los hirió, los alienó de Dios, los alienó del uno respecto del otro y los alienó de sí mismos. Todo lo cual supuso la caída del hombre, la degradación de su naturaleza humana, que le privó de ser hombre del Paraíso para pasar a ser hombre terrenal, sometido a la corrupción, a la enfermedad, al alejamiento de Dios, a la concupiscencia, a la muerte. De una manera misteriosa, ese pecado original pasó a transmitirse a cada uno de sus descendientes (exceptuando a la Santísima Virgen María, concebida inmaculadamente por privilegio divino), la degradación se apoderó de todo hombre sobre la tierra, y los Cielos quedaron cerrados para el genero humano.
* Definición católica de 'pecado'.
Una vez conocida el comienzo de la historia del pecado, podemos pasar a su definición, tomando para ello la que da san Agustín en "De Libero Arbitrio": «El pecado es un mal infinito cometido por el hombre mediante la aversión del bien inconmutable y la conversión a los bienes mutables». En esta definición se aprecian tres aspectos, por una parte, la opción del pecador hacia un bien creatural, y por otra el rechazo a Dios (bien inconmutable). El hombre que comete un pecado mortal opta por un determinado bien, y acepta el alejamiento de Dios como medio para conseguir una gratificación finita. En cuanto al mal infinito que lleva asociado el pecado, se aprecia atendiendo a la persona que recibe la ofensa. Una ofensa hecha a un simple particular es un mal, pero es mayor mal si se la hace a una persona de gran dignidad, como sería un juez, y aún más grave sería hacerla al rey. Pues bien, en el caso de la ofensa hecha a Dios, que es la Majestad infinita, respecto el cual todos los príncipes de la tierra y todos los santos y todos los ángeles del Cielo son menores que un grano de arena (Is 40,15), evidentemente es un mal infinito.
Cuando Dios está lejos del hombre, no hay posibilidad alguna de que el pecado de éste sea perdonado, entonces surge la desesperación en el hombre filósofo, mientras que el vil opta por construirse una ley a su propia medida para sentirse un justo ante ella. Además, el alejamiento de la Verdad tiene para el hombre una consecuencia tremenda aún en este mundo: el pecador se ve imposibilitado a creer en la verdad y Dios le induce a creer en mentiras (Rm 11,8), (2 Cor 4,4), (2 Tes 2,11).
* Consecuencias del pecado mortal.
Dios ha dispuesto que quien muera en pecado mortal sea reo del infierno, sometido allí a las penas horrendas, terroríficas, continuas, inexhaustas, inimaginablemente maltratado por los demonios, abrasado por un fuego inextinguible, durante un tiempo eterno. Hay personas poco instruidas que, en su ignorancia, piensan que Dios no puede castigar con una pena de duración infinita a "un acto humano finito". A ello responde santo Tomás: «El pecado es una ofensa a Dios, ser infinito, por tanto es una ofensa infinita. Por Justicia debe penar infinitamente, y ya que no lo puede hacer en intensidad, lógicamente debe hacerlo en el tiempo». San Agustín asegura que el pecado (mortal) es un mal infinito, de suerte que aunque todos los hombres y todos los ángeles se ofrecieran en holocausto, no podrían satisfacer por un solo pecado de un solo hombre. Dios castiga al pecado con las terribles penas del infierno, y ese castigo, según los teólogos, es citra condignum, o sea, inferior a la pena con la que debiera castigarse.
Pero el Evangelio, que está en (y sólo en) la manos autorizadas de la Iglesia Católica, significa "Buena Noticia", y es eso, la expresión de la mejor noticia que los oídos de un pecador pueden escuchar: «La venida al mundo de Cristo, Hijo de Dios, a salvar al hombre a través de su vida, muerte y resurrección redentora». Pues esa Redención divina, lograda como sacrificio cruento de Cristo, con un valor redentor infinito, sí es digna de satisfacer todo pecado humano, y es digna de liberar de la esclavitud de Satanás, y es digna de restaurar a todo hombre a su estado de gracia santificante... ¡Pero ello debe ser realizado dentro de la Iglesia Católica, que es la mediadora entre Dios y el hombre!.
No hay comentarios:
Publicar un comentario