jueves, 1 de enero de 2009

El linaje de David


* Cristo tiene derecho legal al trono de David, pero por parte materna
Vamos a intentar aclarar este asunto, que por cierto, era bien conocido antiguamente por los católicos, y sin embargo, hoy día es ignorado por la mayoría a pesar de tener importantes implicaciones teológicas.
Hay que comenzar diciendo que tanto san José como la santísima Virgen María son del linaje de David. José desciende de David por la línea de su hijo Salomón que había tenido con la mujer de Urías, mientras que María desciende de David por la línea de su segundo hijo, Natán, y aunque alguien podría pensar que María, como mujer, no poseería ni trasmitiría ningún derecho de sucesión al trono, se equivocaría, como veremos aquí, pues se dieron las coincidencias favorables para ello.
Tras la caída del Paraíso la historia humana, aunque compleja en sus ramificaciones exteriores, se reduce a una guerra continua de Satanás contra el plan redentor del Mesías. La estirpe de la Serpiente contra la estirpe de la Mujer. En tiempo de Noé la iniquidad y el pecado estaban tan extendidos, que Dios se "arrepintió" de la creación del hombre (Gn 6,6). En aquel tiempo la maldad del hombre era de tal calibre, que ya no era digna de seguir subsistiendo. Dios dejó de mantener la subsistencia de la humanidad, salvo para Noé y su familia, pues Noé había hallado «gracia ante Dios» (Gn 6,8).
Para el tiempo de Jacob, nuevamente la corrupción y el pecado se habían extendido, y sólo su hijo Judá mantenía un grado de pureza digno de mantener el linaje mesiánico. En las "bendiciones de Jacob" se hace una profecía mesiánica de alcance: «Nadie le quitará el poder a Judá, ni el cetro que lleva hasta que llegue...» (Gn 49,10). El linaje mesiánico se hallaba pues en Judá, de cuyos tres hijos a dos envió Dios pronto la muerte debido a su maldad dentro de su matrimonio –uno tras otro– con Tamar (Gn 38). Judá intentó proteger al hijo restante, para ello evitó casarle también con Tamar, y ésta –bajo la insidia de Satanás– urdió un engaño disfrazándose de prostituta y yaciendo con Judá, de cuya unión incestuosa –Tamar era nuera, o sea, hija legal de Judá– nacieron los gemelos Fares y Zará. Pero estos gemelos al ser hijos bastardos, y además ser fruto de un acto incestuoso, quedaban especialmente malditos ante Dios hasta la décima generación (Deut. 23,2).
Satanás había conseguido un triunfo parcial, el linaje de Judá estaba quebrantado. Varios siglos después, David nace en Belén, de la línea maldita de Judá, pero en ese momento se habían completado ya las diez generaciones de la maldición divina. Con David, pues, se retoma el linaje mesiánico. Los reyes hebreos que seguían la línea davídica, desde Salomón en adelante, fueron de mal a peor ante los ojos de Dios. Hasta llegar a la perversión extrema con el rey Jeconías, a quien Dios declara una maldición de su linaje:
«... ninguno de su linaje llegará a ocupar el trono de David para reinar en Judá ».(Jer 22,30b).
Y resulta que san José era del linaje de Jeconías como se ve en Mt 1,11ss, por tanto, aunque es sabido que Cristo no portaba la sangre de José (aquellos que mantienen la no divinidad de Cristo, aquí tienen una inequívoca prueba de la inconsistencia de su creencia), el linaje davídico le venía a Cristo por otra vía. María era también descendiente de David, pero por la línea de Natán –un linaje al que no le afecta la maldición a Jeconías– a través del esposo de santa Ana, san Joaquín, llamado también "Helí" -en algunos textos. Pero hay un aparente problema legal, las leyes divinas no permiten la transmisión de los derechos sanguíneos a las mujeres (Deut. 21,16a).
La solución se halla en la historia de las hijas de Salfaad (Núm. 27). Salfaad sólo tenía hijas, y a su muerte, las hijas se presentaron ante Moisés, el sacerdote Eleazar y todos los caudillos del pueblo, alegando que no era razonable que al haber muerto su padre sin dejar ningún varón ellas debieran ser desheredadas. Moisés consultó a Dios, quien le contestó con una regla universal para los hijos de Israel:
« Cuando un hombre muriere sin hijos varones los derechos hereditarios pasarán a su hija, ... ».(Núm. 27,8)
Pero para ello era preciso una condición sine qua non, si tal hija heredera se casaba debería hacerlo con un hombre de su propia tribu. (Núm. 36,6). Ahora bien, María no tenía hermanos varones, y como se comprueba en el evangelio de Lucas, se casó con un hombre, José, que era de su propia tribu, la de Judá. En este caso parece como si Jesús no pudiera reclamar para sí el trono davídico, pues éste le pertenecería legalmente a su madre María, pues sí cumplía los requisitos para ello. Sin embargo, Jesús tiene este derecho al trono por ser –y sólo por ser– el Cristo (el Mesías de Israel), pues ello lo refrendan todas las profecías mesiánicas, por ejemplo: « la virgen en cinta dará a luz un hijo, al cual llamará Emmanuel ... ».(Is. 7,14), (Miq. 5,2). Solamente la Virgen María cumple las dos condiciones de "las hijas de Salfaad" más la de la virginidad materna, por lo que hereda el derecho al trono y lo transmite al Mesías de Israel.