domingo, 1 de marzo de 2009

Intentos de demolición de la Sociedad


Toda familia cristiana es una sociedad sagrada, pues ha sido consagrada sacramentalmente por los ministros de la Iglesia. Realmente, cuando nombramos "la Sociedad", como concepto universal, deberíamos entender por ello a "la Familia" y no al "conjunto de individuos de una nación" como es sostenido por el dogma liberal hoy imperante. La familia cristiana como sociedad natural es muy anterior al concepto de 'nación' conformado tras la Revolución francesa. En toda Sociedad ordenada cristianamente, como lo es la familia, debe existir una autoridad jerárquica, de lo contrario surge la anarquía. Muy bien lo saben los enemigos de la Iglesia, por eso trabajan para erosionarla, incluso, para aniquilarla.

En la familia cristiana, el jefe es el padre, con derecho a mandar a la esposa y a los hijos en las cosas relacionadas con el bienestar de la familia y la educación de los hijos. La madre tiene derecho a mandar a los hijos, pues sin ese derecho no podría educarlos, que, por cierto, es su principal oficio. Los hijos tienen el deber de obedecer al padre y a la madre. Otros miembros de la familia, como abuelos, tías solteras, etc., mientras cohabitan en el hogar familiar, están bajo el mando del padre y de la madre, pero como portadores del patrimonio familiar de la tradición –que es el nexo de unión con las generaciones anteriores– tienen la potestad del consejo.

La Familia Sagrada de Nazaret es el modelo de esta sociedad familiar, por eso determinó Dios que hubiera en ella esa jerarquía de derechos. A San José, como jefe, le comunica Dios las ordenes de huir a Egipto y de regresar. María obedece al esposo, y el niño Jesús obedece a los dos. Atendiendo a la dignidad de las personas de esta Familia, Jesús es de dignidad infinitamente superior a la de los dos esposos. La dignidad de María es inmensamente superior a la de José. Atendiendo a la dignidad de las personas el orden jerárquico debía ser: Jesús-María-José. Sin embargo, como Familia es José-María-Jesús. Jesús obedecía en todo a sus padres (Luc 2,51b). Mientras estaba sujeto al orden familiar, obedece y no manda en nada aquel a quien obedecen los cielos y la tierra. María, la más excelsa de las criaturas, manda a su Creador, pero obedece a un hombre, cuyos meritos son incomparablemente inferiores a los suyos.

Entre la familia, que es la sociedad natural, y el Estado, encargado de gobernar al conjunto de todos las familias hacia el bien común –físico y moral–, se encuentran las "sociedades intermedias", tales como: el pueblo, la aldea, la cofradía. la hermandad religiosa, los gremios artesanales y de oficios (cuando aún existían)... todas con su autoridad legítima. En una sociedad ordenada cristianamente, todo superior legítimo ostenta la autoridad de Dios; es un representante suyo, y obedecerle a él supone obedecer a Dios. Por eso, la obediencia al superior no se fundamenta en que éste posea mayor fuerza, poder, inteligencia, o lo que sea, sino en que éste es el orden que Dios ha querido. Los rebeldes dicen que obedecer destruye la personalidad. Gran mentira. La personalidad es el valor total verdadero de la persona humana. Es la resultante de todos los valores naturales y sobrenaturales del hombre. Y cuanto más se perfeccionen esos valores, más se perfecciona la personalidad humana. La obediencia, lejos de destruir esos valores, los perfecciona, robusteciendo la voluntad, al acostumbrarse a sobreponerse a las inclinaciones desordenadas de su naturaleza herida por el pecado. Por su parte, los que detentan una autoridad legítima, no deben hacerlo despóticamente, sino, como señala San Pedro, gobernando a los que están a su cargo, de buena gana, en lugar de a la fuerza, como Dios quiere, con generosidad, y no por sórdida ganancia; no cómo déspotas sobre la heredad del Señor, sino convirtiéndose ellos mismos en modelo.(1 Ped. 5,1-3).

En nuestros días hay toda una Revolución en acción, formada por una multitud de hombres seducidos por los demonios, que trabaja por destruir este orden. Para ello se ataca a las autoridades legítimamente establecidas allí donde las hubiera, destruyendo el orden natural entre los ciudadanos. Se ataca despiadadamente a la familia, primeramente fue con leyes promotoras de divorcios, después se impusieron modelos perversos de familia, adulterando sacrílegamente el significado del matrimonio, que de Sacramento de la Iglesia, lo convierten en reducto de sodomía. A los jóvenes se les induce a revelarse contra los padres, contra la Iglesia Se divide a la sociedad en comarcas o en clases, de modo que unas odien a las otras. Se destruye la relación filial entre patronos y empleados. Se ataca a la Santa Madre Iglesia en todos sus aspectos, en especial en la moral y valores tradicionales. Se insta al abandono de la Fe, promoviendo la desobediencia, la contestación y la indecencia en las costumbres. Así está ya avanzada la guerra para construir el Reino del Anticristo... En esta lucha abierta sobre el campo de batalla, ocupan un lugar muy importante los trabajadores, ayer humildes,…; pues ellos estuvieron soportando sobre sus hombros el fardo enorme de todos los despotismos creados por el liberalismo, y porque la desgracia los ha hecho abrir grandemente los ojos y conocer su número y las ventajas de la organización. En cambio, hoy, engañados por el neomarxismo se han organizado en su mayor parte bajo la bandera del odio. Pero toda tendencia revolucionaria está condenada al crimen en su actuación y a la derrota en sus resultados. La única renovación que puede ser cimiento sólido, fundamento indestructible del auténtico orden social, es la renovación espiritual de las energías humanas: el amor interno, fuerte, del hombre hacia el hombre, imposible sin Cristo, el verdadero obrero que ha roto con su martirio todos los despotismos.